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Aprender a…

Si pudiéramos convertir en memoria física todos los datos que comprenden al humano (memoria, vista) obtendríamos cifras apasionantes. De hecho incluso el lenguaje tiene información, y el aprender a hablar de pequeño consigue que uno se nutra del desarrollo básico que hasta ahora se creía que se realizaba por inercia. Y no es así, aparentemente al menos.

Un nuevo estudio realizado por Steven Piantadosi, profesor asistente de psicología en la Universidad de California, Berkeley ha hecho determinados hallazgos que transforman algunos de los datos que recogemos de pequeños en cifras. Por ejemplo, todos los datos de lenguaje que hemos ido adquiriendo de pequeños constituyen unos 1.5 megabytes.

Aprender a hablar de pequeño te aporta unos 1.5 megabytes en datos

Aprender a hablar de pequeño genera un contenido que cabe en 1.5 megabytes

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Estos hallazgos, publicados en la Royal Society Open Science, se ponen en contra del supuesto establecido de que la adquisición del lenguaje humano ocurre por pura naturaleza, es decir, sin esfuerzo. Por este mismo dogma, los robots lo tienen fácil para aprender a hablar, ya que al igual que nosotros es algo que tenemos programados desde el inicio.

Según el estudio, los investigadores han calculado que desde la infancia hasta la edad adulta (los 18 años) absorbemos de forma aproximada 12.5 millones de bits de información sobre el lenguaje. Esto constituye unos 2 bits por minuto para poder adquirir el conocimiento lingüístico total. Al día, se absorben en la infancia 1000 bits de información.

Aprender a hablar de pequeño, por lo tanto, no es una tarea programada para hacer sino una recogida de datos constante desde la tierna infancia. Por ejemplo, cuando se aprende una palabra (por ejemplo, tigre) un niño de forma general reúne fragmentos de información tal en forma de preguntas: “¿Qué es un tigre? ¿Es un animal? ¿Sí, o no? Estas preguntas se van sucediendo hasta que el niño aprende la palabra “tigre”.

Aprender a hablar de pequeño genera un contenido que cabe en 1.5 megabytes

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Todos estos datos se miden, por supuesto, usando el código binario. Un bit, o dígito binario, es una unidad básica de datos en la computación y los ordenadores actuales almacenan la información y la calculan en forma de unos y ceros. El estudio ha usado la definición estándar de 8 bits a un byte. De hecho, el mismo Piantadosi dice que “cuando piensas en un niño que tiene que recordar millones de ceros y unos (en lenguaje binario) eso demuestra que deben tener mecanismos de aprendizaje realmente impresionantes”.

Los investigadores intentaron medir las cantidades de información y sus diferentes tipos para hablar idiomas mativos. Los resultados se obtuvieron mediante la ejecución de varios cálculos sobre la semántica del lenguaje y la sintaxis a través de modelos computacionales. El estudio, así, demuestra que el conocimiento lingüistico se enfoca principalmente en el significado de las palabras en contraposición de la gramática del lenguaje.

El mismo Piantadosi asegura que “Una gran cantidad de investigación sobre el aprendizaje de idiomas se centra en la sintaxis, como el orden de las palabras. Nuestro estudio demuestra que la sintaxis representa una pequeña parte de dicho aprendizaje y que la principal dificultad radica en aprender lo que significan tantas palabras. Esto resalta una diferencia entre los jóvenes que aprenden y las máquinas; estas saben qué palabras van juntas y dónde van oraciones, pero no saben el significado de sus palabras”.

Imagen de portada | Brett Jordan en Unsplash.

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Hackear humanos…

Como hemos repetido en infinidad de ocasiones en Omicrono la medicina y la tecnología van muy unidas de la mano. La clave reside en la biología, ya que de manera casi inevitable vamos a incluir tecnología en nuestros cuerpos. ¿Cuál es el riesgo? Que como en todo equipo informático se pueda atacar de forma externa. Exacto, hablamos de hackear humanos o más exactamente “aparatos” que haya dentro de nuestro cuerpo y así granjearnos un buen problema.

¿Cómo podemos evitar esto? Los ingenieros de la Universidad de Purdue han conseguido crear el prototipo de un dispositivo con fora de reloj que previene estos ataques usando al propio cuerpo como escudo.

El “wearable” que evitará que se puedan hackear humanos

Hackear humanos ya no será posible con el reloj que usa el cuerpo humano como escudo

Imagen de la Universidad de Purdue / Erin Easterling

Algunos de los dispositivos que se pueden “atacar” de forma externa (aunque no tengamos aún la tecnología para ello) son, por ejemplo, marcapasos y otros médicos implantados. Obviamente un hackeo de esta envergadura podría directamente matarnos, creando una nueva forma de asesinato terrible y letal.

Los ingenieros de la Universidad han sido motivados por el riesgo de las tecnologías inalámbricas (el Wi-Fi, el Bluetooth, etcétera). Las llamadas redes de área del cuerpo usan esta tecnología (en especial Bluetooth) para enviar y recibir señales entre distintos dispositivos situados en personas. Estos dispositivos transmiten señales a una distancia de hasta 10 metros, por lo que cualquier persona que se encuentre en ese nada desdeñable radio puede interceptar la señal y piratearla. Es posible, en teoría, entrar en algo como un marcapasos avanzado. Pero como tal aún no tenemos la tecnología para hacer ninguna de estas cosas.

El estudio se centra en cómo convertir el cuerpo humano en su propia red cerrada. Se han usado las comunicaciones electro-quasistáticas presentes en el cuerpo humano (EQS-HBC) y las propiedades conductoras del cuerpo que transmiten una señal de radio de baja frecuencia a lo largo de la interfaz entre la piel y el resto del cuerpo obteniendo un resultado interesante: la señal que emitimos nunca se transmite más allá de un centímetro de distancia del cuerpo. El enlace es gracias a esto extremadamente difícil de hackear, y además consume aproximadamente 100 veces menos energía que un dispositivo con conexión Bluetooth.

Hackear humanos ya no será posible con el reloj que usa el cuerpo humano como escudo

Imagen de la Universidad de Purdue / Erin Easterling

El dispositivo que como decimos tiene el tamaño de un reloj muy grueso está en sus fases iniciales, a modo de prototipo. El dispositivo es muy grueso y por lo tanto es más que llamativo. Se está intentando que se reduzca su tamaño a la de un circuito integrado del tamaño de motas de polvo, para que además se pueda instalar en otros dispositivos. Esta tecnología está muy verde, pero promete mucho.

En caso de que tuviera éxito, no sólo obtendríamos una seguridad a determinados agentes externos en un futuro, sino que además permitiría a los médicos habilitar dispositivos médicos reprogramables sin necesidad de cirugías invasivas, dispositivos médicos bioelectrónicos, etcétera.

Shreyas Sen, profesor asistente de ingeniería eléctrica e informático y líder del equipo que está llevando a cabo el proceso, lo explica de una mejor forma: “Estamos conectando cada vez más dispositivos a la red del cuerpo humano; desde relojes inteligentes y rastreadores de ejercicio físico a pantallas de realidad virtual. El desafío no es sólo mantener esta comunicación dentro del cuerpo para que nadie pueda interceptarlo, sino que por el camino se obtenga un mayor ancho de banda y un mejor consumo energético”.

Imagen de portada | Imagen de la Universidad de Purdue / Erin Easterling

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Tesla inventa…

Los coches eléctricos tienen una gran barrera que saltar: sus propias baterías. La tecnología actual tiene sus límites, y ya hay quien pronostica que el mercado no tendrá futuro si no consigue romperlos. Estamos hablando de algo más importante incluso que unos coches eléctricos, como aviones y barcos eléctricos, o incluso el smartphone que estás usando ahora mismo.

A Tesla le interesa mucho ser la primera en saltarse esas limitaciones, por supuesto. Y la última patente puede suponer un paso de gigante para conseguirlo: el diseño de un nuevo tipo de batería, más rápida y duradera, y todo ello, controlando los costes. Demasiado bonito para ser cierto, puede. Pero al mando del desarrollo está Jeff Dahn, uno de los pioneros de las baterías de ion de litio, que después de años de desarrollo puede haber dado un giro de tuerca a esta tecnología.

La nueva batería de Tesla puede ser clave para el futuro del mercado

La batería patentada por Tesla presenta un nuevo diseño de celdas que mejora las reacciones químicas que se producen en el interior de las baterías. Para ello, Dahn se ha basado en dos nuevos aditivos que podrían mejorar la eficiencia de las baterías tradicionales.

Esto es importante porque no estamos ante una revolución completa, no es un diseño completamente nuevo; es “sólo” la evolución y simplificación de un diseño existente, y eso puede ayudar mucho a controlar los costes de desarrollo y producción. Normalmente, es necesario añadir cinco aditivos, productos químicos que ayudan a la reacción; el diseño de Dahn permite el uso de sólo dos aditivos, reduciendo los costes. Los dos aditivos son muy complejos; uno está basado en el carbonato de vinileno y el otro en el carbonato de fluoroetileno.

Por el momento, esto es sólo una patente. Pero puede guardar el secreto del futuro no solo de Tesla, sino de todo el mercado eléctrico. Sus creadores afirman que estas nuevas baterías podrían servir tanto para vehículos comerciales, como para el almacenamiento de energía.

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